domingo, mayo 20, 2007

San Ezequiel Moreno - Espíritu apostólico


Para los admiradores de la vida y obra de San Ezequiel Moreno, a continuación algunos aspectos del corazón apostólico del Santo de Alfaro.

Sin pelos en la lengua

Fray Ezequiel era bondadoso, pero directo y severo en su dirección espiritual. Así se dirige a una religiosa que no se conformaba con las cosas que le pasaban:

“El Señor castiga al que ama, dicen los libros santos. No sea tan tonta como ha sido. Dios es nuestro padre infinitamente bueno y tierno para nosotros; déjele, pues, obrar. Si se ve en desgracias, pídale remedio, pero el remedio que él quiera, no el que usted quiera, porque El sabe más lo que nos conviene”.

Un corazón eucarístico

En la quinta carta pastoral que el obispo de Pasto dirigió a sus fieles, con motivo del ultraje que recibió el Santísimo Sacramento en Riobamba (Ecuador), se destaca este desahogo ardiente de su eucarístico corazón:

“Jesús está entre nosotros, pero parece que se ignora esta hermosa y consoladora verdad. ¿Quién se acerca al Sagrario, donde espera día y noche? ¡Ah! En ciertas horas del día, nuestros templos están completamente desiertos, y Jesús, el dulce Jesús, solo ... olvidado ... abandonado...”.

Un corazón mariano

Todos los santos se han caracterizado por un gran fervor mariano. San Ezequiel no es la excepción. Tan es así que quiso terminar sus días en su celda a los pies de la Virgen del Camino. Las siguientes palabras, a raíz de los ultrajes recibidos por la imagen de la Virgen del Carmen, retratan el espíritu mariano que lo adornaba:

“¡Ah! No deja pasar Jesucristo los desacatos a su Santísima Madre sin castigarlos. Aguanta muchas veces los que se cometen contra El mismo, pero no los que se cometen contra su amada Madre. Lo que aquí pasma y admira, no es tanto el ultraje cometido, cuanto la paciencia de Dios; pero ... ese Dios es eterno, y le queda una eternidad para hacer justicia”.


¡Capitán de bandidos!

En una carta dirigida a una señorita protestante, muy sincera y fervorosa, que le expresaba su admiración, dice fray Ezequiel:

“He llegado a comprender por ciertas expresiones que se le escapan que usted ha creído o, por lo menos, se ha figurado, que yo debía estar como satisfecho y dichoso porque todos me quieren ... Pues bien: tengo, no uno, ni dos, sino ya un montón de periódicos, en los que se dice que soy un capitán de bandidos, que tengo causas pendientes por delitos comunes, que soy cruel, que soy bruto, que doy coces, etc. ¿No ve cómo hay que aspirar a otra vida mejor que esta?”.

A un paso de la prisión

Durante la revolución de 1895, siendo fray Ezequiel vicario apostólico de Casanare, relató él mismo los siguientes hecho que atentaron contra su integridad personal:

“Cuatro meses estuve entre los revolucionarios, completamente incomunicado con todo el mundo, oyendo sus alertas, sus proclamas, sus vivas y mueras y sufriendo alguna cosilla. Parece que tenían intenciones de hacerme sufrir más; pero el día preciso en que intentaban apresarme, quiso Dios que recibieran la noticia de la completa derrota sufrida por sus compañeros en el interior de la República”.

¡Que me comprendan!

Muchos escritores modernos, ajenos a la sana y objetiva crítica histórica han malentendido la pugna antiliberal del santo. No se dan cuenta de que dentro de la sociedad de la época el concepto liberal implicaba un rechazo frontal de la doctrina de la Iglesia. El obispo Ezequiel sufría por ello, y así se aprecia con diáfana claridad en sus propias palabras:

“Ojalá pudiéramos abrir nuestro corazón para que todos pudieran ver nuestros sentimientos. ¿Acaso podemos tener odio a persona alguna? ¿A quién podemos odiar? Habiéndonos encargado Jesucristo las almas de todos, ¿cómo hemos de abrigar mala voluntad para nadie? Clamamos y clamaremos siempre que veamos peligros para las almas, porque es nuestra obligación. Pero Dios no permita que esos clamores no procedan de la caridad. ¡Dios mío, que nos comprendan!”. Como si eso fuera poco, apreciemos esta perla, tomada de una de sus cartas pastorales: “Me repugna batallar cuando puedo ceder sin faltar a mi conciencia, y sólo lucho cuando un deber de justicia o caridad me obliga”.


Misionero y nada más

Fue el obispo más celoso para con su rebaño, pero nunca quiso ser obispo. Así se expresó en carta dirigida a su querido padre Manuel cuando, siendo Superior Provincial en Colombia, era inminente su nombramiento como obispo:

“No quisiera ni uno ni otro cargo: yo estaría feliz por ahí con el simple empleo de misionero, como están sus reverencias; pero es difícil que llegue a conseguirlo. Hágase la voluntad de Dios”. Más tarde diría en otra carta con resignación: “No hay remedio; tengo, por fin, que ser Obispo, y digo, que fuera de las ofensas a Dios, es lo que más miedo me ha dado en la vida”.

De los Llanos, al Cielo

Deleitémonos con esta expansión de su corazón misionero en su primera expedición por el Casanare en 1890:

“Siento que mi corazón desea volver a estas tierras, para quedarme en ellas y entregar mi alma al Señor en el temido Casanare... puedo decir que estoy solo, debajo de unos árboles, en estas inmensidades desiertas, y me distrae agradablemente el acordarme de mi Dios, hablar con El, pensar en sus cosas y en lo mucho que le debe agradar el que todo lo sacrifiquemos por El y nos entreguemos a esta vida de privaciones de todo género. Además, ¡pasa tan pronto la vida! Y si de estos Llanos voy al cielo, ¿qué más necesito y qué mas quiero?”.

Cruz larga y pesada

Este es un fragmento de su primera carta pastoral al pueblo casanareño, recién posesionado como vicario apostólico:

“Lo que ahí, en Casanare, nos espera, perfectamente lo sabemos, porque ya tenemos experiencia de ello: sabemos que, además de los sufrimientos morales propios de nuestro cargo de obispo, hemos de pasar muchos días recorriendo vuestro ardiente suelo, sin más comida que la que pueda tener un pobre indio, y aun a veces sin ella; y pasar muchas noches sin más cama que la arena de las playas de vuestros ríos; y sin más cubierta que las nubes del firmamento, que con frecuencia se deshacen en copiosa lluvia que, sobre mortificar no poco, predispone a fatales fiebres. Esto es lo que nos aguarda: pobreza, escasez, privaciones, trabajos, sacrificios, cruz, y cruz larga y pesada”.