viernes, agosto 24, 2007

Curas pederastas: verdades y no verdades


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El tema de los curas pederastas en el mundo y en Colombia ya está colmando la paciencia de todos. Nos es posible que aquellos miembros de la sociedad que están llamados a ser un referente moral, se conviertan en motivo permanente de escándalo precisamente para aquellos a quienes deben guiar por las sendas del buen actuar.

Es verdad que cada vez es más evidente que algo no anda bien entre el clero y que se necesita una revisión urgente del tema.

Es verdad que la Iglesia debe asumir una actitud responsable y condenar enérgicamente todos los casos de abuso sexual por parte del clero.

Es verdad que quienes han cometido delitos de esta índole en el pasado y en la actualidad deben ser investigados y sancionados tanto al tenor del derecho canónico como civil.

Es verdad que la Iglesia no debe encubrir estas situaciones, porque en lugar de hacerse un bien como institución se hace un gran mal, y además le hace un gran mal a la inmensidad de fieles que aún reconocen su autoridad y están dispuestos a perdonar las fallas de sus ministros.

Es verdad que los medios de comunicación tienen el derecho y el deber de divulgar estos casos para forzar la toma de medidas que permitan purificar a la Iglesia del gran pecado de la modernidad entre sus miembros.

Pero no es verdad que este flagelo sea única o mayoritariamente problema de la Iglesia católica, y ni siquiera del ámbito eclesiástico, sino que es un problema que aqueja a casi todas las esferas de la sociedad: maestros, personal médico, fuerza pública, profesionales de diversas áreas, etc. Esto, sin embargo, no resta gravedad a lo que atañe a los curas ni los disculpa en modo alguno.

No es verdad que la castración química sea la solución del problema, como lo propone el presidente francés o lo defiende de una manera poco respetuosa un columnista radial; pues las desviaciones sexuales no se localizan en las áreas genitales, sino en la mente humana.

No es verdad que la solución sea permitir que los curas se casen y tengan hijos; prueba de ello es que también se dan casos de pastores pederastas entre movimientos religiosos que sí admiten el matrimonio de sus ministros.

No es verdad que los medios de comunicación tengan el derecho de generalizar y cubrir con un manto de duda la dignidad y buen nombre de todo el clero católico o no católico, incluidos los innumerables sacerdotes que cumplen impecablemente con su labor de pastores y prestan un gran servicio a la sociedad tanto en lo espiritual como en lo material.

En definitiva, éste es un problema que no se afrontó adecuadamente desde un principio por el lastre que aún carga la Iglesia católica de verse a sí misma como una sociedad perfecta, según el modelo eclesiológico preconciliar. Pero ya es tiempo de "tomar el toro por los cuernos", perder los miedos y mostrarle al mundo que la Iglesia es perfecta por su fundador y cabeza, que es Cristo, pero es pecadora por sus miembros. Es tiempo de mostrarle al mundo que la Iglesia tiene capacidad de autocrítica y autoexamen, y va a tomar los correctivos necesarios para superar este trance histórico.

Si el Papa Juan Pablo II tuvo la honradez y gallardía de pedir perdón al mundo por los pecados del pasado de la Iglesia, ahora la misma Iglesia debe tener la honradez de reconocer los pecados del presente, pedir perdón por ellos y encaminarse en la búsqueda de soluciones. Soluciones que deben pasar por un replanteamiento integral de los procesos formativos de los sacerdotes, desde la base, es decir, desde la familia; porque de familias descompuestas, como las que está engrendrando nuestra sociedad, no pueden salir pastores santos, como los que reclama la situación actual.