jueves, marzo 09, 2006

Iglesia y Política en torno a la vida


Al término de la asamblea general de la Conferencia Episcopal de Colombia, llevada a cabo el pasado mes de febrero, se produjo un pronunciamiento oficial en el que se insta a los fieles católicos a votar en las elecciones legislativas de marzo por aquellos candidatos que defienden la vida y los valores cristianos. Esto, por supuesto, no es nada novedoso, como tampoco lo fue la reacción de algunos sectores políticos de la nación, especialmente los más liberales, que interpretaron este pronunciamiento como una intervención indebida en política por parte de la Iglesia.

Lo más notable fue el cruce de cartas entre el expresidente Alfonso López y el secretario de la Conferencia Episcopal, monseñor Fabio Marulanda. El primero interpretó erradamente las afirmaciones que hicieron algunos obispos en particular como si fueran las del órgano eclesiástico y, por lo tanto, la posición oficial de la Iglesia; el segundo, con un tono diplomático, le hizo ver que no era así, pero dio a entender que la Iglesia no respaldaba oficialmente tales declaraciones, lo cual no tiene razón de ser, pues lo que afirmaron tales obispos es simplemente lo que la Iglesia ha sostenido siempre: no al aborto, la eutanasia y demás prácticas contra la vida. Sólo que en esta ocasión exhortaron explícitamente a los católicos a abstenerse de votar por aquellos candidatos que públicamente defienden tales prácticas.

Es incomprensible cómo las diversas fuerzas vivas de la sociedad utilizan todos los medios que tienen a su alcance, especialmente los medios de comunicación social, para propagar sus ideologías y “valores”, pero se escandalizan cuando la Iglesia, que tiene tanto o más derecho, utiliza los medios que le son propios (los púlpitos) para fomentar los valores del evangelio que le han sido encomendados por el propio Jesucristo. Los mismos políticos de “avanzada”, que se llaman liberales, es decir, defensores de las libertades individuales, pretenden negarle a la Iglesia los derechos, que le son naturales (y sobrenaturales), de guiar la conciencia de los fieles católicos a la luz de la voluntad divina. Con sus actitudes niegan de hecho el carácter pluralista de nuestra sociedad, consagrado en la constitución política que ellos mismos ayudaron a redactar.

Antiguamente se escuchaba decir: “Roma locuta, causa finita”; ahora pareciera que la máxima a imponerse debe ser: “Mundus locuta, silete omnes”, que es menos poético pero más verdadero; y la primera que debe callar es la Iglesia, con el pretexto de que cualquier intervención en la vida pública constituye una intromisión en política. Pero lo cierto es que la política forma parte ineludible de la vida humana en sociedad, y de alguna manera todo lo que exprese la Iglesia para orientar la vivencia cristiana tendrá implicaciones políticas. Ahora, si la cuestión es evitar la militancia partidista, en eso estamos de acuerdo, y la Iglesia lo tiene claro; por eso nunca debe decirle a los fieles por quién votar con nombre propio, pero tiene el derecho y aun el deber de iluminar a sus hijos con criterios de discernimiento político ajustados a los valores del evangelio.

Y lo que vale para la Iglesia católica en este sentido, vale para todas las tendencias religiosas en relación con sus comunidades de fe. La religión siempre comporta consecuencias morales; y la moralidad no está ausente de la política, o por lo menos no debe estarlo. Precisamente ese divorcio es lo que ha conducido a nuestro país a los desbordados niveles de corrupción que hoy lo ubican en los primeros lugares del escenario orbital.

En suma, desde este rincón no pretendo hacer una apología de los valores cristianos, porque en el fondo de toda conciencia ellos están ya presentes por la luz natural de la razón, por lo menos en germen; tampoco intento hacer una apología de la Iglesia, porque ya pasó la época de los maximalismos religiosos y, además, yo no sería la persona más idónea para emprender esa tarea; solo quiero hacer ver la contradicción en que incurren quienes defienden la libertad de conciencia y de expresión para sí, pero la niegan para los demás, especialmente para la Iglesia; es decir, sólo quiero defender el más puro liberalismo.

En este orden de ideas, fieles cristianos católicos, ¡voten ahora y siempre por quien quieran!, pero háganlo en conciencia, fieles a su profesión de fe y a los valores que se derivan de ella.

2 comentarios:

  1. Javier, leí tu artículo y fue interesante. Te envío un artículo de un prfesor de los Andes. Es bueno ver otra posición. Después lo comentamos. Un abrazo.

    No uses mi nombre en vano
    Por: Rodolfo Arango
    LA RELIGIÓN ES UN ASUNTO TAN SErio, que no debería dejarse en manos –y menos en boca– de los políticos. Por eso aterra ver que el presidente ordene rezar Aves Marías y Padres Nuestros a funcionarios públicos por televisión, tal como sucedió cuando informó sobre el intrépido rescate de los secuestrados.
    También indigna que exhiba públicamente sus creencias religiosas cuando su deber constitucional es representar la unidad de todos los colombianos, sean estos creyentes o no creyentes. Con justificada razón advierte la senadora Alexandra Moreno Piraquive –líder de un movimiento cristiano no católico– que religión y política son cosas distintas que no deben confundirse. Todo indica que se le llenó la copa a la senadora, ya que en el pasado nada le impidió invitar al presidente-candidato al Coliseo ‘El Campín’ para respaldarlo ante su congregación de fieles. Presidente y Senadora abusan de la religión al utilizarla con fines políticos.

    Las escrituras relatan el disgusto de Cristo por el uso en vano del nombre de Dios. El pasaje de los fariseos enseña que más vale el comportamiento silencioso y sincero que el exhibicionismo religioso. Quien usa el nombre de Dios para acceder o permanecer en el poder obtiene ventajas apreciables sobre quienes renuncian a manipular las esperanzas y los temores de la población por respeto a sus creencias. Algo similar le sucede al candidato Obama. Es estigmatizado públicamente como musulmán por los republicanos, pese a su íntima pero privada fe cristiana. Se transita así del fair play a la guerra sucia en la campaña electoral.

    Mucho le falta progresar a nuestro premoderno país en materia de cultura política. La inconveniente cercanía de la Iglesia Católica al poder ha contribuido al retraso del pensamiento republicano y al uso de la religión con fines electorales. No lejanas están las épocas de la violencia política colombiana donde desde los púlpitos se alentaba a los fieles a eliminar al enemigo.

    La superación de las guerras religiosas en otras latitudes fue posible gracias a la aceptación de un acuerdo constitucional en torno a principios fundamentales compartidos por todos con independencia de sus creencias y de sus convicciones religiosas. La separación entre Iglesia y Estado es uno de esos principios. La convivencia pacífica en una sociedad pluralista se asegura por el respeto mutuo a principios universales, así como por la exigencia general a los ciudadanos de traducir sus convicciones religiosas en razones públicas aceptables por todos.

    En nada contribuye a la construcción de la paz retornar a un Estado confesional. La mentalidad de cruzado, que justifica los medios para alcanzar el fin supremo, es contraria a los deberes republicanos de respeto a la diferencia, de control al poder y de participación activa de ciudadanos plenos. Tampoco ayuda a la lucha contra la pobreza atribuir el retraso social a la voluntad divina o a un ‘presunto enemigo’.

    La pretensión presidencial de gastar si se requiere el presupuesto nacional en recompensas para acabar con la guerrilla solo puede ser explicada por su pensamiento fundamentalista, ajeno a las necesidades de la población, a la descomposición social y a las realidades empíricas (millones de desplazados; aumento de plantaciones de coca; resurgimiento de paramilitares; desborde de la inflación; crecimiento del desempleo). No será el totalitarismo del pensamiento integrista y militarista que comparten tanto el gobierno como la guerrilla, sino la superación de la desigualdad, de la apatía, de la violencia oficial o extraoficial y de la pobreza mediante el uso de la inteligencia, lo que nos permitirá salir del baño de sangre en que vivimos, ocultado y maquillado por los medios de comunicación a punta de fútbol y reinados de belleza.

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    1. William, el artículo del profesor Arango es muy interesante. De hecho lo comparto en términos generales, ya que defiende la secularidad a la hora de vivir y expresar la fe. El tiempo del integrismo religioso ya pasó, como pasó el tiempo del ateísmo militante. Vivimos en una sociedad pluricultural y un estado aconfesional (no ateo) en el que los políticos deben actuar en el marco de su conciencia en cuanto representantes de un pueblo.

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